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Intento de reseña de el Orden del Discurso de Michel Foucault

Como punto de partida Foucault se formula la siguiente pregunta: “¿qué hay de tan peligroso en el hecho de que la gente hable y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto el peligro?[1]” Su correlativa hipótesis dice así: “supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad[2]”.

Estos procedimientos son los sistemas de exclusión del discurso, y existen varios tipos: los que pretenden restringir los poderes que el discurso implica, los que buscan dominar el azar de su aparición, y los que tienden a determinar las condiciones de su utilización. Un sistema de exclusión como tal es un sistema de pensamiento histórico, modificable, e institucionalmente coactivo. Tres grandes sistemas de exclusión afectan el discurso: la palabra prohibida, la escisión entre razón y locura y la voluntad de verdad. Los dos primeros sistemas emanan del segundo, y la voluntad de verdad consiste en querer pronunciar el discurso verdadero.

El discurso verdadero no es el correspondiente al deseo ni el que ejerce el poder; si la voluntad de verdad consiste en querer pronunciar el discurso verdadero, lo que efectivamente está en juego es el deseo y el poder. Un discurso exento de deseo y poder no puede reconocer la voluntad de verdad que lo constituye. Se trata pues de enfrentar la voluntad de verdad con el discurso mediante el cual la verdad se propone justificar lo prohibido.

Ahora bien, ¿cuáles son los principios de enrarecimiento del discurso? Lo son el comentario, el autor y la disciplina. Desde una perspectiva social existen dos tipos de discurso: aquellos que desaparecen una vez son pronunciados, y aquellos que son pronunciados y por lo tanto reanudados indefinidamente como los textos religiosos, literarios, jurídicos, científicos… Estos últimos son discursos comentados, los que dan lugar al comentario. El autor es tanto el agrupador de la unidad y el origen de las significaciones discursivas como la génesis de su coherencia. Por último la disciplina es un principio que rige la producción discursiva por cuanto fija sus límites; estos límites garantizan que las proposiciones del discurso[3] se identifiquen con unas reglas que permanentemente se reactualizan. El autor, sus comentarios y el desarrollo de una disciplina son recursos para la creación discursiva, pero también son principios de su coacción. También está el enrarecimiento de los sujetos que pronuncian el discurso, por cuanto para ingresar en él aquéllos deben satisfacer ciertas reglas.

En resumen hay tres coacciones del discurso: las que restringen sus poderes, las que limitan su surgimiento aleatorio, y las que eligen a los sujetos que pueden pronunciarlo.

Por otro lado se encuentran las condiciones utópicas del discurso: primero, la ley del discurso es una verdad ideal; segundo, el principio de desarrollo discursivo es una racionalidad inmanente; tercero, la ética del discurso consiste en buscar la verdad solamente por el deseo de pensar y saber la verdad misma.

Ahora bien, para lograr la rarefacción discursiva[4] Foucault busca replantear la voluntad de verdad, devolverle al discurso su naturaleza de acontecimiento y eliminar la soberanía del significante. Según él esto es posible poniendo en práctica tres principios: el del trastocamiento, en virtud del cual se problematiza la manera como la tradición reconoce la fuente; el de la abundancia y el de la continuidad de los discursos, partiendo estos dos últimos de los principios de enrarecimiento discursivo del autor y la disciplina, así como del sistema de exclusión de la voluntad de verdad.

Existen otros principios como el de discontinuidad, según el cual los discursos deben concebirse como prácticas discontinuas que se encuentran y a veces se yuxtaponen, pero que también pueden ignorarse y excluirse mutuamente. El de especificidad establece que el discurso no ha de resolverse en un juego de significaciones previas. Según el principio de exterioridad es necesario partir del discurso mismo, de su aparición y regularidad para llegar a sus condiciones externas de posibilidad.

Foucault define el discurso como un acontecimiento discursivo, y afirma que en el estudio actual de la historia –en términos de acontecer– las nociones fundamentales son el acontecimiento[5] y la serie, así como los conceptos correlativos de azar, regularidad, discontinuidad, dependencia y transformación. Así las cosas, no se trata de abordar las representaciones que se encuentran detrás de los discursos, sino de concebirlos como series (regulares y distintas) de acontecimientos. La historia de los sistemas de pensamiento debe estudiarse logrando una coexistencia entre el azar, lo discontinuo y la materialidad. La formación regular discursiva puede implicar los procedimientos de control hasta cierto punto y bajo ciertas condiciones: dichos procedimientos pueden encarnarse en el marco de un discurso[6]

Paralelamente el filósofo realiza dos tipos de análisis: el del conjunto crítico, que estudia cómo se han formado los sistemas de exclusión sirviéndose del principio de trastocamiento y haciendo referencia a los sistemas de desarrollo del discurso, a sus principios de exclusión, de producción, y de rareza. El segundo tipo de análisis es el relativo al conjunto genealógico, que estudia cómo se han formado las series discursivas sirviéndose de otros tres principios –la discontinuidad, la especificidad y la exterioridad–, haciendo referencia a la formación efectiva del discurso mismo procurando “captarlo en su poder de afirmación[7]”. Afirmar significa aquí el poder del dominio de objetos. La diferencia entre la empresa crítica y la genealógica es de delimitación y de perspectiva: toda crítica que cuestione los sistemas de control tiene que analizar las regularidades discursivas a través de las cuales éstos se forman; toda genealogía debe tener en cuenta las limitaciones implícitas en la formación discursiva.

En términos de Saussure, Foucault se opone a la monarquía del significante o imagen acústica por cuanto busca la rareza del discurso, no la universalidad del sentido ni su generosidad continua. En este sentido el poder fundamental de la afirmación puede enrarecerse, y el discurso puede incurrir en una metamorfosis aun cuando sea teóricamente una institución consistente en sí misma.

Para concluir, la genealogía de este Orden del discurso es la siguiente: Dumézil le enseñó a Foucault a rastrear un discurso en otro por medio de comparaciones y a través de un sistema de correlaciones funcionales, y a describir las transformaciones de un discurso y las relaciones con la institución. Su antecesor Jean Hyppolite no dejó de confrontar sus postulados con los de Hegel: analizó a Marx y las cuestiones de la historia; a Fichte y el problema del comienzo absoluto de la filosofía; a Bergson y el problema del contacto con la no filosofía; a Kierkegaard y el problema de la repetición y de la verdad; a Husserl y el tema de la filosofía como tarea infinita ligada a la historia de la racionalidad.

[1] Foucault, M. (2005), El orden del discurso, Tusquets, Barcelona, p. 14.

[2] Ídem.

[3] Para que una proposición pueda pertenecer a una disciplina debe poder inscribirse en un horizonte teórico.

[4] Que consiste en lograr que el discurso sea menos denso.

[5] El acontecimiento es paradójico porque es material e incorporal.

[6] Cada discurso tiene su regularidad y su sistema de coacción.

[7] Ibidem, p. 67.

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María Paulina ZuletaIntento de reseña de el Orden del Discurso de Michel Foucault